“Lo bueno viene en frasco chico” dice un dicho popular, “y el veneno también” es la respuesta que se escucha cuando alguien de baja estatura menciona el dicho. El caso de las pymes en Chile no es muy distinto. Sin duda que tener una idea y emprender para desarrollarla, al principio en tamaño pequeño, es algo positivo. Sin embargo, por el hecho de que una parte importante del empleo se genera en empresas de menor tamaño, muchos de nuestros líderes políticos y de opinión creen que una “buena” empresa viene en “frasco chico”. Si bien esta creencia parece olvidar que las pymes son las empresas con más deudas previsionales, las que menos capacitan a sus trabajadores y las con mayores tasas de accidentabilidad, lo relevante es que como resultado de la sobrevaloración de las pymes existen programas y beneficios para ellas que generan su buen poco de veneno.
Más allá de la multitud de programas de apoyo y fomento de Corfo, Sercotec y BancoEstado, todos los cuales debieran ser evaluados porque no sabemos si pasan un test de costo-beneficio, las pymes tienen beneficios tributarios que no tienen ninguna lógica económica y generan ineficiencias y efectos perversos.
En primer lugar, en tres sectores de la economía (minería, agricultura, y transporte) las pequeñas empresas tributan en base a renta presunta. Si bien la razón original para ello pudo haber sido la dificultad de fiscalizar las obligaciones tributarias, esto ya no tiene sentido con las tecnologías actuales. Las estimaciones del Servicio de Impuestos Internos muestran que este beneficio reduce la recaudación tributaria en cerca de US$ 70 millones anuales. Es decir, esas empresas pagan menos impuestos de lo que deberían y se genera además una inequidad tributaria, ya que empresas con las mismas utilidades pero en otros sectores de la economía pagan más impuestos. Una primera distorsión entonces es que se incentivan empresas en algunos sectores económicos respecto a otros. Adicionalmente, se fomenta la informalidad.
En segundo lugar, las pymes tienen la posibilidad de pagar el impuesto de Primera Categoría (a las utilidades de las empresas) en base a sus retiros. Sin duda, eso les permite financiarse. Sin embargo, permite también eludir el pago de impuestos a muchas personas de ingresos altos. Es así como existen muchas pymes “fantasmas”, tienen socios pero no tienen ni trabajadores ni oficinas. El resultado de esta distorsión no es sólo menor recaudación y una fuerte disminución de la progresividad del impuesto a los ingresos, sino que fundamentalmente una inequidad tributaria entre trabajadores dependientes e independientes donde los primeros pagan más impuestos que los últimos aunque ganen lo mismo.
En tercer lugar, tanto los beneficios tributarios como los programas de financiamiento y apoyo se basan en que las ventas de las pymes sean menores a cierto monto. El resultado es que no hay incentivos para crecer, con lo cual se pierden economías de escala que a veces son importante. El riesgo es incluso mayor, puede ser rentable mantener viva una empresa ineficiente sólo por los beneficios asociados a su existencia. Se distorsiona así la cantidad y el tamaño de las pymes respecto al óptimo.
En una economía moderna y dinámica, hay empresas que nacen y empresas que mueren regularmente. Hay empresas innovadoras que entran al mercado y sacan a las más ineficientes. Este proceso de innovación y competencia es sano y entorpecerlo no tiene ninguna ventaja para la sociedad, aunque sí lo tenga para los dueños de las pymes beneficiadas. ¿Qué hacer entonces con las pymes? La verdad es que no mucho. Lo único relevante es permitir que sea fácil y expedito formar nuevas empresas y que sea igualmente rápido terminar con una cuando ésta fracasa, resguardando obviamente los derechos de sus trabajadores. Más allá de las pymes, lo que realmente se requiere es aumentar fuertemente la competencia entre los bancos, de tal forma que un buen proyecto siempre tenga financiamiento a tasas competitivas. El resto es simplemente dejar y garantizar que la competencia funcione y una fuerte política de defensa de la libre competencia es la mejor política pro-pyme posible. Como resultado, algunos serán exitosos, otros fracasaran, incluso más de una vez, pero como sociedad haremos un uso eficiente de los recursos escasos que tenemos. Ello se traduce finalmente en mayor crecimiento económico y menos pobreza.
No todo lo bueno viene en frasco chico: ¿qué hacer con las pymes?
Jueves 03 de junio del 2010
Diario Financiero, 3 de junio de 2010.
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