Una reciente fiscalización a los Bomberos en las fondas de Graneros, en que se les habría notificado por prestar servicios de baños públicos sin otorgar boletas, ha revivido en nuestro medio, la impopularidad de los recaudadores de impuestos.
En el imaginario colectivo se les suele identificar como personas con un enorme poder, capaces de ejercerlo de manera arbitraria y sin control alguno, situación de que dan cuenta desde la parábola bíblica del fariseo y el publicano hasta la letra de la canción de los Beatles “I am theTaxman”.
Lo cierto es que la administración tributaria es mirada con temor por gran parte de pequeños y medianos contribuyentes, que sienten que su patrimonio y tranquilidad pueden verse seriamente amenazadas,por la simple emisión de un acto administrativo de un funcionario de jerarquía menor.
Contribuyen a esta sensación de vulnerabilidad, el cada vez más complejo sistema tributario al que se ven involuntariamente arrastrados, así como el enorme poder estatal que se despliega en actos de fuerza como bloqueos, clausuras y otras sanciones.
Uno de los avances del Estado Moderno fue situar a los contribuyentes y la administración en un plano de igualdad, ambos sometidos al Derecho en sus obligaciones y funciones, de tal manera que así como al contribuyente corresponde compelerlo a cumplir la ley y pagar los impuestos, así corresponde al Estado generar los mecanismos que impidan el abuso y la arbitrariedad funcionaria.
En este sentido el buen fiscalizador a que toda administración tributaria debería propender, es el que actúa inspirado por la ley más que por un mero afán recaudador y que defiende los intereses fiscales con eficiencia, pero también con pleno respeto de los derechos ciudadanos, asegurando en último término la estabilidad y legitimación del régimen tributario.
Francisco Selamé
Socio de PwC
Fuente: Economía y Negocios Online. 02 de octubre de 2015.
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