En una primera etapa la reforma tributaria pretendió cambiar radicalmente los paradigmas de un sistema tributario relativamente exitoso, pero considerado anacrónico, injusto y regresivo. En forma de proyecto de ley con urgencia, pretendió refundar el Derecho Tributario Chileno, bajo los fundamentos de una imposición universal de realización inmediata y garantizada por un poderoso ente fiscal. Sin embargo tras su aparente consistencia, había normas deficientes, atribuciones exorbitantes y manifiestas inequidades, que llevaron al Senado a rechazarla.
Tras este fracaso, y en una segunda etapa, la reforma fue recreada bajo el ropaje del consentimiento y el consenso. Aunque fue aprobada de manera democrática por todas las fuerzas políticas luego de un celebrado protocolo de acuerdo, bastaba sin embargo, una simple lectura de sus normas para advertir que había sido escrita a dos plumas, por dos legisladores antagónicos que corrieron a salvar sus propias ideas tributarias sin mirar al otro. Nos dejó un cuerpo normativo contradictorio, imposible de armonizar y extremadamente complejo de administrar.
Y así llegamos a una nueva fase, que negando su carácter de reforma a la reforma, se fundamenta en una necesaria simplificación a ella. El maratónico y arduo trabajo del Servicio de Impuestos Internos expresado en más de mil páginas de Circulares no fue suficiente para este propósito. Lo irreconciliable no puede simplificarse sino tomando y desechando alternativas y por lo anterior este es un periodo de nuevas opciones, pero en que ya no hay espacio para nuevos errores.
Nuestra reforma tributaria ha transitado por una especia de vía dolorosa, desde una dictadura de los impuestos a un relativismo fiscal, para avanzar ahora a una etapa de pragmatismo tributario que no deja de sorprendernos y que debe asegurar haber cambiado lo que funcionaba bien por algo que también funcione.
«En la vía dolorosa»
Francisco Selamé
Socio de PwC
Fuente: Economía y Negocios Online. 04 de diciembre de 2015.
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